martes, septiembre 22, 2009

Columpio.

El columpio era un verdadero desafío y subir a ellos aun más. Eran los domingos, bien lo recuerdo porque era el día de paseo oficial, las mujeres de mi familia solían sacar a sus hijos a jugar mientras ellas aprovechaban de charlar de partos y guaguas y reír bajo el amparo de un noble y viejo árbol, la vieja locomotora Arica-La Paz lucía reluciente al costado izquierdo del gran parque centenario y la feria de las pulgas de los extranjeros (Bolivianos y Peruanos), justo en frente donde corríamos la manada de niños, entre los cuales mis dos sobrinas, sus hermanitos que eran menores y por ello menos estimados por nosotros, mi primo mi hermano y yo, grandes bolsas de pululos y mercochas provenientes de Tacna nos hacían acumular más energía dispuesta a ser gastada corriendo y saltando y por supuesto compitiendo para asegurar un buen turno para los columpios porque desafortunadamente escaseaban por los menos los que estaban en buen estado, las mujeres ocupadas todas en sus extensas y privadas conversaciones poco ayudaban en ese sentido, puesto que cuando llegaba el turno de alguno de nosotros nunca nadie nos ayudaba en el agotador estimulo para darnos vuelo, entonces ahí nos sentábamos quizás cuanto rato hasta que alguien con prisa para ocupar aquel lugar se apiadaba de nuestras piernas cortas y nos daba un empujoncito y a la pasada nos apuraba, yo que era bastante mas hábil que el resto solo me bastaba aquel empujoncito para lanzarme y ahí me quedaba mientras aquellas caritas tristes y taimadas lograban que mamá se saliera de la tertulia y me bajara y en conjunto con ello me retara, eso ocurría siempre.

Años después en una bonita tarde de paseo de curso al parque, no me llamaba tanto la atención columpiarme, pero hubo un hecho que hizo que jamás se me olvidará el vértigo y la ansiedad del vaivén y del aire reventar generoso en el rostro en lo más alto, del Parque Centenario, de las mercochas, de los domingos y de toda una niñez esperando mi turno para el columpio incluyendo los retos posteriores y de todo un cúmulo de hechos que fueron bordando mí niñez… mí historia.

Cuando se esta en aquella edad en que los colores se suben al rostro por todo y por nada, cuando nacen esas raras sensaciones, los espasmos en la guata, las manos sudadas y torpes, todo aquello que nace de pronto y que no se olvida jamás justo ahí, tres años compartiendo la misma sala de clases, cada mañana… nada comparado al verle tomar el columpio y ofrecérmelo, sin turno de espera, sin la mirada inquietante de los niños de mi familia, sin mamá objetando mi demora, solo él, el viejo columpio y yo. Me subí cuidando que mi vestidito quedara atrapado firmemente entre mis piernas para no dejar ver mis calzoncitos de monitos y él por detrás empujando cuidadosamente el columpio… cada vez que este llegaba hasta él me susurraba un secreto, “Sabes? Me gusta una niña…”, “es muy bonita”…”va en mi curso”… El vértigo estaba siendo multiplicado por mil, hasta que me dijo que pololeara con él porque yo era la niña de la que me estaba hablando. Le dije que no y mas encima me enojé (típicas reacciones de chica).

Meses después me vine a vivir a Santiago y no lo vi más, era él niño que me había gustado tanto tiempo, pero la ansiedad el vértigo y mis precarios doce años no me hacen olvidar aquel momento.


PD: Al final, unos días antes de irme de Arica, nos dimos un beso… lo único que sabía en esos momentos era que tenía que cerrar bien los ojos y también la boca (me lo había enseñado mi mamá) después supe que no era la forma correcta, años después, claro.