lunes, octubre 05, 2009

Tu Homenaje.


…El era un tipo delgado, muy delgado pero siempre lo fue, era corto de vista y de pómulos sobresalientes, tal como sus ojos azules profundos, sus manos eran de nudos grandes y brillantes, tenía un color pálido, algo enfermizo pero no pesimista la verdad no lo puedo imaginar como un hipocondríaco aburrido, era demasiado educado para ser fastidioso. Era un tipo relajado, dócil y grato para las horas de sobremesa, hubo días que no nos despegábamos y compartía conmigo su ocio dispuesto y gentil.

Nuestra primera conversación se dio muy fácil, lo discutimos antes, pero me quedo con la idea de que él fue quien me dirigió la palabra primero.

Desde siempre supe que sus gustos eran más bien sencillos que sofisticados, noté en el que en su vida había visto bastantes cosas delicadas y que las apreciaba. Hablaba como hombre de mundo y ¡vaya que lo tenía!, muy inteligente y un perfecto caballero.

Su estampa de hombre solo le daba un aire de idealista y de mente privilegiada, hasta donde yo sé hablaba tres idiomas y muy pocas veces conmigo ostentaba de sus posesiones, era adinerado pero no extremadamente adinerado, me imagino que ser extremadamente muy rico a él le habría parecido impropio y creo yo que evidentemente su riqueza no la habría empezado él, hacer una riqueza para un hombre tan sensible, francamente lo dudo para eso se debe tener temperamento y su carácter era demasiado amable para la lucha .

A lo largo de conocerlo me di cuenta de su extensa soledad, a veces cuando se viaja tanto, se tiene que ser así de solitario creo yo.

Era dueño de una voz pastosa y cansada… muchas veces he intentado imaginarlo de niño, lo imagino siempre como uno de los mejores alumnos, no el mejor pero si entre ellos, de no muy buena conducta, de cuadernos revueltos y doblados en las esquinas pero eso si, nunca una falta de ortografía. Su inseguridad muchas veces le jugó malas pasadas en ese entonces, de ideas siempre claras aunque frecuentemente una niebla espesa le oscurecía la mente. Me lo he imaginado siempre puntual, hasta para su breve cepillado dental, adivino que su desayuno consistía en una rica leche con sabor, ojala manjar acompañada de un contundente sándwich con lo que viniera pues no era para nada mañoso para comer, me lo he imaginado muchas veces inclinado sobre su tazón de leche, sorbiendo silenciosamente mirando hacia todos lados desde el fondo de sus anteojos, desde sus ojos fuertes, a veces sin color legitimo definido. Me lo he imaginado también de adolescente  hablado y riéndose él mismo de lo que había dicho, siempre su risa encontrando un eco… luego y con el paso del tiempo, con sus dolorosas intervenciones, abandonos, desolaciones, alegrías, amores y también desamores lograron definitivamente darle un color determinante a sus ojos de un azul como no habrán otros por lo menos en este mundo. Lo he imaginado su época de universidad, dando algún examen de calculo decidiendo una nota para cierre de semestre, en un invierno con bastante frio, pero dentro de un aula tibia, casi calurosa por sus recuerdos de la noche anterior con la madre de su compañero de clases.

Entre viajes y logros vio pasar los años inadvertidos incluso así mismo pasó el año que lo conocí yo, del cual no quiero hablar hoy…

Lo encontré un día de otoño, echado en su cama con los ojos blandos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole y quise que se pusiera de pie. El pobre se removió todo bruscamente jamás pensó que yo lo hallaría, menos que aun siguiera recordándolo, y no llegué tarde, una princesa jamás llega tarde…

No pudo ponerse de pie, entonces me senté junto a él, lo acaricié de nuevo con ternura y mandé a buscar a su médico. El viejo doctor…. Se conocían de años, lo revisó minuciosamente y no me pidió que saliera del cuarto, reviso cuidadosamente su congestionado pecho –nada bien ¿he?- murmuraba el anciano, no sé qué contestó él… ¿que se iba?... no lo sé bien… ¿Qué un gran dolor?... ¿Que no sé qué raíz mala?... ¿La tierra entre la hierba?...

Poco antes del crepúsculo él se había ido, su carita languidecía y su existencia se elevaba al cielo… su pelo liso, ese pelo que tanto anhelé acariciar y que ese día al pasarle mis dedos entremedios sentí una abandonada tristeza… me fui en silencio encendiendo un cigarro en cada final de otro, sin notar que a mi lado revoloteaba una mariposa de seis colores… una a mi lado más muchas dispersas en el aire tratando de encontrar su inicial… Si, cada mariposa correspondía a cada princesa que él había amado en su vida.

Caminé en dirección al mar en forma de procesión… me refugié en una roca esbelta, ahí me senté a esperar el ocaso, tal como solía hacerlo él… ocurrió que cerré mis ojos para dar una oración, más no pude dejar de recordar entonces que en el minuto exacto que él cerraba sus ojos suavemente y se le escapaba el alma… besé sus labios, sonreí y desee haberlo encontrado antes, quince años antes cuando lo conocí.